Un regalo de Sergio Astorga

domingo, 21 de octubre de 2012

Dalí, el cap Norfeu, un banco de salemas... y el viento





Cala de l'Almadrava. Roses. Girona. Septiembre 2012 (Paz .Juan)



Una de las múltiples ventajas de adoptar un lugar y hacerlo propio es que gracias a ello ganas -no sé si con derecho o no- un pasado no vivido.

Las Canyelles Grosses o l'Almadrava es,  en opinión de muchos y en la mía propia, la más bonita de  las calas de Roses. A pesar de las excesivas cicatrices blancas de ladrillo o cemento que se incrustan en las leves alturas que la cierran y protegen sigue siendo muy hermosa. Y tranquila, azul, profunda. Se la puede abarcar con unos cuantos pasos humedecidos, sosegados.
Situada entre el pequeño saliente que forman el faro y el castell de la Trinitat por un lado y la punta blindada de la Falconera por el otro, queda casi a resguardo de los peores embates de la tramontana que llegan desde el cap de Creus. El viento del norte la respeta y la limpia.

El primer y seguramente originario nombre proviene de los cañizales que sin duda existieron en ella. Y eran las Grosses, por oposición a les Petites, vecinas e inmediatamente anteriores. Pero casi nadie la llama así. Desde hace mucho tiempo se la conoce por ese segundo apelativo árabe y sonoro que nos da pistas seguras sobre el uso que le dieron los pescadores de la zona desde mediados del XVI hasta bien cumplida la primera mitad del XX. Y es que la forma de la playa era especialmente propicia a la pesca del atún según esa técnica.
Cuando desde el promontorio que la domina por el sur contemplamos el agua azul, transparente, tranquila, resulta difícil imaginar que durante cuatro largos siglos se volvió con frecuencia roja y encrespada. Que la supervivencia de hombres y atunes se decidía en esa rada en forma de herradura, entre redes, barcas y arpones. Eran uno u otro. No había términos medios.

Y a Dalí le fascinaban la lucha por la vida y la muerte. Por eso venía hasta ella a recordar las descripciones que su padre le hacía sobre lo visto por él de joven. A bosquejar con trazos rápidos la batalla. A pintar el triunfo de la segunda. Siempre la segunda. Por pura obsesión. Porque Brueghel o Millet le calaban los huesos. No en vano, Almadraba significa lugar donde se lucha.

De aquella fascinación surgió ese cuadro poderoso y terrible pintado durante dos largos veranos. Aquí mismo. Y en él volcó los ensueños que le provocaron los relatos paternos, lo vivido por él mismo en alguna ocasión siendo niño, los textos de Teilhard de Chardin o la contemplación de las visiones de las tablas flamencas en el Prado.
El azul cobalto del mar que se tiñe de rojo por la sangre de los atunes conlleva un renacimiento. La muerte de éstos alimentará a otros seres. Parece que el propio pintor se representó a sí mismo, desnudo y de espaldas como en un cuadro de Ucello o Mantegna, formando parte del rito feroz. Los colores se superponen y estallan sobre el lienzo: azul cobalto, verde, naranja, rojo, rojo anaranjado, amarillo, azul, azul verdoso, negro, gris...


La pesca del atún. Salvador Dalí. Óleo sobre lienzo. 304 por 404 cms. 1966/1967. Fundación Paul Ricard, Bundol. Francia. 1966-67.



Pero no solo venía hasta esta playa atraído por historias paternas. ¡Qué va! A Dalí le gustaban algunos de esos placeres inmediatos y primarios que provoca la vida del cuerpo y del ánimo.
Adoraba la charla y la comida que le brindaba el senyor Mercader en el hotel que se levanta precisamente sobre el pequeño promontorio que protege la cala y edificado al tiempo que él  construía su cuadro catártico.

Hoy, el yerno de Mercader, el senyor Subirós, regenta el mismo hotel, con los mismos muebles, espacios y cocinando de forma actualizada la misma comida que tanto le gustaba a  Dalí cuando venía a "renacer" -y no precisamente en sentido místico- en L'Almadrava.
Tiene el edificio una arquitectura de los años 60, en un lugar privilegiado y en voladizo, con las vistas más increíbles que puedan imaginarse y que abarcan todo el golfo de Roses. Hasta las islas Medes. De un lado, la cala tranquila. Del otro, el mar inmenso hasta donde la vista se atreve y llega. Sin cortapisas. Los ojos y el alma se vuelven azules al salir al espacio abierto y en alto.

Si como yo andan siempre ávidos de olas y sal hay algo que les recomiendo encarecidamente si acaso viajan por la zona.
Disfruten tranquilamente del agua y el sol por la mañana, coman temprano y acérquense, recién iniciada la tarde, al puerto de Roses para navegar a vela.
-¿Y quién es el guapo que tiene un velero? me dirán. Pues no hace falta ser patrón de yate o de laúd; háganme caso.

Para los que no tenemos barca propia, las de turistas nos pueden servir perfectamente. Después de todo también lo somos. Además, no resulta difícil abstraerse. Ni se preocupen por ello. En cuanto se hayan acodado en un lateral de la cubierta o bien parapetados detrás de la barandilla en la proa dejarán de ver extranjeras enrojecidas con pañoleta de colores y niños bulliciosos hablando raro. Cálense el sombrero, abran el alma al aire y naveguen. Si la sorpresa que les espera es el cap Norfeu para bañarse después en las aguas profundas de la baia de Jóncols y la tramontana esta vez se toma un respiro respetándolos (ni se imaginan lo arduo que se puede poner doblar el cabo teniendo el viento de popa, de proa o de costado), el viaje, tan corto y breve, se les puede quedar sin embargo en el haber para toda la vida.

Eso es, lo están haciendo muy bien. ¿Ven como no era tan complicado? A la ida, la horizontalidad que proporcionan el motor, las dos quillas y la poca gente que se aventura a embarcar en septiembre les permitirán pasear a sus anchas por esa cáscara estable y doble de fibra de vidrio, alegre y coloreada. Verán L'Almadrava desde otro punto de vista y los lugares reconocidos y los bunkeres amenazantes de la Falconera. Divisarán la rada protegida de la Montjoi y en ella, esa casa con arcos y recuerdos de amigos que trabajan con entusiasmo en transformarla. Y la pequeñez de la Pelosa.
Mientras tanto, la forma del Norfeu se habrá ido agrandando y llegarán a oler el tomillo y la genista que les llama desde tierra. 
Justo en la punta del cabo, la figura deliciosa de la gata -porque no sé si sabrán, pero si no se lo digo yo, que es una gatita y no un gato- del Norfeu les dirá que el lado norte es más abrupto y cortado a pico y guarda como un cofre del tesoro el agua oscura y limpísima de la Jóncols. 

No se queden ahí... ¡Venga! aprovechen que han fondeado para darse un baño increíble a la hora en que el sol de los membrillos acaricia y no quema. Aléjense un poco de la algarabía infantil y sumérjanse. El azul es tan oscuro y tan intenso a un tiempo que no verán más allá de dos metros pero será el azul más fantástico que hayan visto en mucho tiempo.  

Ahora viene lo mejor. Suban a cubierta de nuevo, dejen que el bañador se seque al aire -no conviene ir desnudos por aquello de que los padres de los retoños teutones no suelen entender esas licencias y se pondrían hechos unos nibelungos- y contemplen el espectáculo de 250 metros cuadrados de tela desplegándose soberbios. Ahora todo cambia. Los papás, las mamás, los niños se van callando despacio. Y cuando aparece de nuevo y a contraluz la punta de la gata no verán Vds. más que el sol y el mar delante. Y el batir levísimo de las olas en las quillas. Y el viento suave contra la lona de las velas. No habrá más ruido que el del agua y el viento. Y el de su ánimo que se esponja y rie abiertamente. 
Cuando una hora y media más tarde salten a tierra serán Vds. más o menos los mismos. Solo más o menos. Ya me entienden.

¿Qué tal han llegado a estas alturas del texto? ¿Se les ha hecho muy largo..? Tranquilos, que ya solo quedan un par de batallitas.

Y es que lo que viene a continuación tengo que contárselo a mis lectoyentes, si no reviento.  Lo lamento por Vds. pero es que de un par de años a esta parte he descubierto lo fantástico que es bucear y por fuerza tengo que cantarles sus excelencias, beneficios y placeres.

Sí, señor. Así, malamente y con torpeza. Pero bucear.

Como a partir de cierta edad a esta condesa le ha empezado a dar lo mismo ocho que ochenta y ha perdido por completo el sentido del ridículo -siempre que con ello no haga daño a nadie y gane en cambio el disfrute de aquello que le gusta, la anima, le divierte o da placer-,  pues en cuanto llega a la cala el primer día se coloca el sucedáneo de neopreno, se calza las aletas, se coloca en cabeza, ojos y nariz un artilugio chillón que le permite fotografiar y filmar todo aquello con lo que se topa,  abarca con firmeza la boquilla del tubo y  se lanza a las procelosas aguas del océano sin importarle un rábano lo que digan de ella. Debo decirles en honor a la verdad que si en ese momento le preguntaran al señor conde que qué opina de la guisa de su ilustre cónyuge,  el susodicho juraría hasta tres veces no conocer a la mencionada condesa absolutamente de nada.

La contrapartida es un agua limpia como pocas, una colonia soberbia de posidonias y alguna que otra sorpresa en forma de peces, de mayor o menor tamaño. Poco importará después que la cámara no haya grabado lo que debiera o que en su afán por sumergirse y tapar de forma conveniente el tubo haya movido la cabezota a diestro y siniestro, a tontas y a locas, volviendo un poco tarumbas a los que se atrevan a ver el resultado de sus investigaciones submarinas.
¡Ah!,  ¿que van a ser valientes y atreverse? Pues no les arriendo las ganancias. Porque he de añadir que hasta que aprenda a editar en ciertos formatos de imagen raritos y por tanto a cortar, van a tener que tragarse, mis queridos amigos, todo lo filmado. Y les aseguro que diez minutos de peces son muchos minutos. Aquí y en la Cochinchina.

Eso sí, siempre podrán cerrar los ojos y dedicarse a disfrutar de la música que enriquece la filmación, que está enterita y sin vaivenes ni giros acrobáticos.





(Se puede ver en HD y a lo grande)


Antes de partir, la visita de un amigo desde Barcelona me trae, junto a una maravillosa mermelada natural de naranja amarga que todavía huele a azahar y un botecito de oro del Senegal en crema, su compañía, la charla tranquila delante de un té, la ilusión por los nuevos tiempos. La tranquilidad en forma de paseo. El abrazo. 
Moltes, moltes gràcies, Miquel. Un petó ben fort. 










¿Que por qué les he contado todo esto? Pues porque L'Almadrava es mi refugio. Y mientras pueda allí seguiré -seguiremos- yendo cada año. Para descansar, para curar, para reir abiertamente, para sentir el renacer daliniano empujando con fuerza por la espalda. Siempre hacia delante. Siempre protegido por la tramontana. En cada uno de sus rincones. Allí donde navego, leo, escucho, buceo o nado. El lugar en el que me gusta sentarme a bordar mientras los demás duermen la siesta o disfrutan de la piscina. La ventana abierta al azul como un regalo. Y el viento que gira en remolinos poderosos y se lleva las nubes pegajosas y la boira. Y con ellas, la melancolía, la impaciencia. El dolor.

Quizá entonces entiendan mejor el porqué de la mezcla de imágenes que les traigo. Todas y cada una de ellas representan algo importante, vivido, precioso. Y la música modernista las engarza y amalgama.

Porque cada año, cuando llega la hora del regreso, reúno lo vivido como un tesoro especialísimo, personal y pequeño y me lo traigo a Madrid. Conmigo. Bien cerca y pegado al cuerpo. Como un talismán favorecedor de la risa y la alegría. Como un amuleto contra los contratiempos, la mala baba ajena, la tristeza o los días de lluvia.


Son libres de ver o no el montaje. Es sano desnudarse de tanto en tanto y esto es lo más cercano a la desnudez de que soy capaz. En todo caso, cierren los ojos y escuchen. La música huele a verano. A aire y tiempo libre. A descanso. A estar bien.

Y, como siempre, pongan empeño en ser felices. Cuesta, pero vale la pena.

Buenas noches.





(Se puede ver en HD y a lo grande)

jueves, 4 de octubre de 2012

Glenn Gould, 30 años después




- Vaya, vaya... 5 semanas largas sin aparecer por este "su" blog y la señora condesa, en lugar de hacernos un relato nada sucinto -como siempre- de sus vacaciones o sobre los últimos conciertos a los que ha asistido, va y nos trae un panegírico... 
Pues sí que estamos bien, mi ilustre aristócrata...

- Mi "querida" administradora, tengamos la rentrée en paz. Si no he escrito nada durante ese intervalo ha sido, precisamente y como muy bien Vd. ha dicho, porque he dedicado una parte de dicho tiempo -y no la mayor- no sé si a unas merecidas, pero desde luego sí a unas necesarias vacaciones.  Las restantes semanas se me han ido en asuntos personales que a Vd. ni le conciernen ni le incumben y en pelearme con el nuevo editor de vídeos y el nuevo sistema operativo, justamente para poder aportarles la información gráfica pertinente que ilustrara e hiciera más llevadera mi crónica septembril.
Dejémoslo pues aquí y no me toque el apéndice nasal, no vaya a ser que,  por lo mosqueada que estoy con la situación socio-político-económica actual,  me plante y la deje a Vd. más colgada que un mono en liana floja. Ya veríamos a ver entonces si encontraba Vd. a otra tonta, por muy condesa que fuera, que le mantuviese abierto y más o menos activo el blog. 
Procure no olvidarlo para sucesivas ocasiones en que le venga de nuevo la tentación de bromitas y sarcasmos.

Ahora, con su permiso, voy a dedicarme al motivo de esta entrada. Le agradecería por tanto que me dejase concentrarme SOLA en el texto que quiero escribir.

Graaaaaciaaaaasssssssss...







Hace apenas unos días habría cumplido 80 años. Hoy hace 30 exactos de su muerte.

No crean que tenía en mente la fecha. Me ha ayudado a recordarla esta mañana una amiga -no solo blogosférica- en su  Facebook. Pero la efeméride me sirve de excusa perfecta para hablar de y sobre Glenn Gould. Y me apetece hacerlo exactamente hoy, aunque tarde, porque para mí los aniversarios son importantes. Los números redondos, también. Y treinta redondos años sin él se merecen el recuerdo, aunque tenga que saltar por encima de otros temas o relatos.

Su forma de interpretar a Bach me cambió, en gran medida, la forma de escuchar y de acercarme a la música del "Viejo Peluca". Le debo mucho personalmente. Lo respeto, lo admiro desde hace mucho tiempo. Compro cualquier grabación suya con la que felizmente me tropiezo o cualquier película, documental o libro que hable sobre su vida personal y artística con que me topo. Siento por él casi, casi adoración.

Deprisa y corriendo pues, esbozo una entrada por fuerza breve, amén de poco o nada documentada. No trato de disculparme pero evidentemente no va a ser el post que, desde mi punto de vista, se merece  aunque también es bien cierto que su trabajo y él mismo han aparecido con frecuencia en las Variaciones -tengan éstas el número que tengan-.  Seguramente debería haberle dedicado más esfuerzo, más lectura, más interés pero esta vez la calidad le cede el paso al recordatorio y claramente me es más importante el segundo que la primera.

Aquí va pues esta apresurada, pequeña  e imperfecta semblanza. Porque sí, por merecida y porque me apetece. ¿No les parecen motivos más que suficientes?

Juzguen pues benévolamente lo que no pretende ser más que un sencillo, personal y nada docto homenaje a uno de los pianistas más brillantes que yo he escuchado nunca. Doctores tiene la crítica y el arte musical para decidir si le cabe o no el honor de estar entre los grandes. Para mí, lo es cum laude.



Extravagante, polémico, admirado y denostado a partes iguales por el gran público y la crítica. Personalísimo, controvertido y siempre genial. Perfeccionista hasta lo patológico, preocupado casi obsesivamente por todas aquellas técnicas que iban surgiendo y que permitían que el sonido de lo que interpretaba llegase casi en estado puro a los oídos de sus oyentes tanto en directo como en disco.

Según voy enlazando ideas y palabras me acuerdo del título magnífico de un post que nunca llegó a ser, a cargo de otro amigo bien querido y que estaba dedicado al pianista canadiense: "No sin mi silla". Él define magistralmente y con un soberbio sentido del humor el espíritu, el carácter, las rarezas, la genialidad de quien nos ocupa. Confío aún en llegar a verlo publicado algún día. Me lo debes, Alucinao.

Cuando se encontraba en el cenit de su carrera y con apenas 32 años de edad, decidió de forma irrevocable no volver a dar un concierto en directo. Le aburría profundamente el hecho de recorrer el mundo de acá para allá sin, según él, dar ni recibir realmente nada a cambio. Consideraba que podía aportar mucho más desde un estudio de grabación. Y a ello se dedicó en cuerpo y alma. Si han tenido Vds. la oportunidad de ver alguno de los films que Bruno Monsaingeon creó sobre él  -por ejemplo "El Alquimista"- podrán hacerse una idea clara y precisa de lo que les digo. Dotado de unas facultades increíbles para la música y de una brillantez y rapidez de ideas y reflejos nada corrientes, aparece en la película como alguien de carácter difícil y excepcional a un tiempo. Encantador en ocasiones, fascinado por la sola idea de conseguir más color en la interpretación. Raro, espléndido, único. Seguramente como defienden algunos de sus biógrafos era un "Asperger de libro".  Encaramado al teclado del piano, casi como un periquito colgado de su percha, sentado en aquella desvencijada silla de patas extraordinariamente cortas, descalzo, canturreando al tiempo que sus dedos parecían literalmente sobrevolar las teclas con una facilidad asombrosa...  "Lo que ocurre entre mi mano izquierda y mi mano derecha es un asunto privado que no le importa a nadie" llegaría a responderle al periodista Jonathan Cott cuando éste le preguntó acerca de la extraña postura fetal que adoptaba al piano.




Era sencillamente Glenn Gould. 

No solo interpretó a Bach pero seguramente será fundamentalmente por sus interpretaciones del de Leipzig por lo que será recordado siempre. Para los entendidos de mediados de los años cincuenta del pasado siglo su forma de entender, revivir, interpretar su música supuso una transgresión total de la tradición pianística en la ejecución de las obras del padre de la música barroca y moderna. Sus versiones, especialmente la primera Variaciones Goldberg de referencia, la de 1955, representaban un alejamiento radical de la forma de hacerlo hasta entonces a cargo de algunos de los grandes pianistas. Libre de artificios y añadidos románticos, las grabaciones y directos de Gould aparecían ante los ojos y oídos atónicos de quienes contemplaban y escuchaban con la revolucionaria desnudez a la que ahora estamos tan habituados. La música de Bach en su esqueleto, sin oropeles ni encajes o bordados artificiales. Seguramente mucho más cerca de cómo la concibió el cantor de Santo Tomás.

Y esa desnudez cautivó y arrasó.  Pero el estrambótico y extravagante intérprete, adicto a las drogas y en buena medida misántropo, se encontraba más a gusto encerrado a solas en un estudio de grabación que recorriendo el mundo y asombrando al público. Así lo quiso y así lo hizo.

No puedo terminar esta semblanza de Gould sin hacer una parada obligatoria en las Variaciones Goldberg. Porque son una referencia absoluta desde hace casi sesenta años. Porque cambiaron radicalmente y para generaciones futuras la manera de interpretar esta pieza soberbia.  Y porque, no en vano, este blog se llama como se llama.

Tengo una amiga, muy muy entendida -y de verdad- en música, a quien irritan profundamente las versiones que Gould hizo de la música bachiana. Literalmente no lo soporta. Y no crean que es la única. Pero, hoy por hoy, si esta pieza es mundialmente y justamente famosa es, en buena medida, porque la interpretación que de ellas hizo el canadiense marcó definitivamente un antes y un después. Generaciones sucesivas de aprendices y jóvenes pianistas la han tomado como modelo de ejecución.

Y tanto le marcaron también a Gould las Goldberg que decidió grabarlas dos veces, cosa nada habitual en él.

Los entendidos consideran, en general, que la primera versión, la de 1955, es preferible a la de 1981. Técnicamente es más perfecta, más revolucionaria, rompedora. Mejor.

J.S. Bach (1684-1750) Klavierübung, Teil IV: Aria mit verschiedenen Veränderungen vors Clavicembal mit 2 Manualen. Goldberg Variationen. (Ejercicios para piano, parte IV: Aria con diversas variaciones para clave, con 2 teclados. Variaciones Goldberg. BWV 988. Glenn Gould, piano. Grabación de estudio en Nueva York, 1955. Remasterizada y redigitalizada. Sony (de los archivos de CBS 1956), 1992.



Mi opinión poco importa al lado de la de ellos y les diré que durante muchísimos años preferí la primera a la segunda. Hoy, sin embargo, no las considero ni mucho menos excluyentes. Hace tiempo que pienso que no hay por qué establecer comparaciones entre una y otra. Y confesaré que cada vez me gusta más esa segunda versión, "más moderada" de 1981. Seguramente Vds. opinaran diferente de lo que aquí indico y lo harán con el mismo derecho e igual o mayor conocimiento que yo. Pero tengo que decirles que, cuanto más escucho esa segunda grabación, más la disfruto. En primer lugar -pero no es el motivo ni mucho menos más importante- porque puedo verle y no solo oírle pero, sobre todo, por lo que tiene de distinta a la primera.

Siempre tengo la sensación al escucharlas de que la primera representa la vitalidad, el ímpetu, las ganas de cambiar el mundo y de comérselo, de ponerlo todo patas arriba. Es la energía, la vida. La segunda siempre me ha parecido, evidentemente mucho más lenta, más reposada, más serena. Pero también más triste. Nadie puede quitarme de la cabeza cada vez que la oigo que es la interpretación de quien ha vivido más, de quien se toma las cosas con más calma, pero también es una versión, siempre desde mi exclusivo punto de vista, mucho más triste, más apagada, más oscura. Seguramente es una soberana estupidez lo que voy a decir pero siempre he pensado que en esta interpretación cerrada, íntima, arcana, Gould presentía en cierto modo su propia muerte. Ahí queda dicha pues la boutade.

Y por esa razón precisamente se la traigo hoy. Enterita y sin cortes ni intermedios. Para que la disfruten con los ojos y las orejillas que se les ha dado, si tienen a bien hacerlo. Porque es una maravilla verlo y oírlo. Porque sí.





Pero si todavía se han quedado con ganas... les traigo una tercera versión.

No, no fue grabada en estudio, sino en directo. Concretamente en el Mozarteum de Salzburgo, en 1959, 4 años después de la mítica primera grabación. Aun siendo las Goldberg, es un documento al que rara vez se alude y su registro no apareció de forma autorizada hasta 1993. La versión, evidentemente, está en mono y la técnica y las condiciones con que se registró presentan una clara imperfección sonora.

No importa. Intenten escucharla con la mente y los oídos perfectamente abiertos y, luego, si les apetece, díganme sin rubor qué les ha parecido. Si les gustó más que la de 1955 o la de 1981. Si a pesar de sus imperfecciones, tiene el encanto del directo o si, por el contrario, tuvo razón en abandonar el circuito de los grandes intérpretes, poco tiempo después, porque no se encontraba a gusto y pensaba con razón que ya no tenía nada que aportar.

En todo caso, es un documento que me apetecía compartir con todos mis lectoyentes.


J.S. Bach (1684-1750) Klavierübung, Teil IV: Aria mit verschiedenen Veränderungen vors Clavicembal mit 2 Manualen. Goldberg Variationen. (Ejercicios para piano, parte IV: Aria con diversas variaciones para clave, con 2 teclados. Variaciones Goldberg. BWV 988. Glenn Gould, piano. Grabación realizada en directo y en mono en el Mozarteum de Salzburgo, el 25 de agosto de 1959. Sony (de los archivos de CBS), 1993.





Bien, como siempre, no resultó tan breve la cosa. Tómenlo como lo que es y traten con generosidad lo que no ha pretendido ser más que un retrato,  parcial por conocimientos y muy a pesar mío, y poco objetivo bien a propósito.

Y mientras la crónica de ese septiembre sanador llega, háganme el favor de "tener cuidado ahí fuera", que corren malos tiempos para casi todo pero hay que estar ahí, precisamente fuera, por muchas razones, que motivos nos sobran.

Y no se olviden tampoco de intentar ser felices, que lo cortés no quita lo valiente.

Buenas noches.