Un regalo de Sergio Astorga

miércoles, 19 de agosto de 2015

Tercera canción de amor desesperada: amor más allá de la muerte






Amor fiel, desinteresado y generoso. Amor no correspondido.  

Amor que se conforma con la amistad cuando quisiera abrasarse entero y al que no le importaría morir amando.

Amor entregado, sin decaer siquiera un momento. Doliente. Hermoso, inútil. Bueno, inútil, no. En absoluto.

Amor sin reproches ni porqués. Amor que sostiene en la caída, que consuela al amado en sus cuitas amorosas. 

Amor noble, elevado, poético, con poco de terrenal y mucho de divino.  Porque solo quien es capaz de amar de esa manera, con total entrega y sin esperar nada a cambio, merece el privilegio de ser tenido por un dios. 

Amor wagneriano. 


Sí, mis queridos lectoyentes, pocos han cantado al amor en el sentido más amplio, más hermoso, más grande del concepto y la palabra, como Ricardito Wagner.  Sus amantes poseen, se consumen, arden en la fiebre amorosa, pero también saben amar en silencio y con adoración, aun sabiendo que nunca van a ser correspondidos. Solo ellos son capaces de dar la vida por la vida del otro o de recordar al amado que ha dejado el mundo de los vivos.

Y yo, que no soy romántica en absoluto salvo para Wagner, me sigo emocionando cada vez que escucho esta hermosísima canción -si está interpretada por Fischer-Dieskau ni les cuento- en la que Wolfram von Eschenbach, presintiendo el fin de Elisabeth, le canta a la estrella del atardecer y le pide que proteja a su amada cuando atraviese el valle de la muerte: 

El crepúsculo está cubriendo
la tierra y el valle con su negro manto,
como presagio de muerte.
El alma, al contemplarlo,
se empapa de todo su horror.

Pero, en medio de la negra noche,
estás tú, la hermosa estrella de luz,
para enviarnos desde la distancia
haces de inmensa dulzura,
que se filtran a través de la noche
y señalan un camino en el valle.

¡Ah! ¡Hermosa estrella vespertina..!
¡Yo siempre te he adorado!
De parte de mi corazón,
que nunca ha traicionado su fe,
saluda a Elisabeth cuando
pase junto a ti, cuando
abandone este valle de mortales
y se convierta en ángel del cielo.


Intenten amar de esa manera, aunque solo sea un segundo en toda su vida. El resto del tiempo, procuren ser felices.


R. Wagner (1813-1883) - Wie Todesahnung - O du, mein holder Abendstern! (Como un presagio de muerte - ¡Oh, tú, mi dulce estrella vespertina!) De la ópera Tannhäuser. Acto III. Escena 2ª.  Dietrich Fischer-Dieskau, barítono. Joseph Keilberth, director. Orquesta y coro de Bayreuth. Festival de Bayreuth, 1954. Via rinconcetepuntocom

1 comentario:

Freia dijo...

Anda, anda, gaditana. La ópera es para sentirla y para ello todo el mundo vale.
Sí es un texto muy hermoso. Wagner además componía música y escribía la letra.
Un hombre completo y un excelente poeta, independientemente de otras cosas.


Un abrazo muy fuerte.... Y, por cierto, de vieja, nada. La vejez o la juventud se llevan en el ánimo, aunque no reconozcamos en el espejo a quien fuimos un día.